lunes, 19 de abril de 2010

De Tácticas y Estrategias

Horacio Besson

Pederastia: cuando los culpables están afuera

Tienen razón. La culpa de que se cometan actos de pederastia dentro de la Iglesia no la tienen los inocentes y castos sacerdotes. Como bien lo ha dicho el obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel: son los signos de los tiempos presentes. Es “el libertinaje sexual” quien, como mensajero de Satanás, deposita la lascivia y la lujuria en estos pobres hombres de fe.

Pero ¿cómo se lo decimos a los miles de niños que vieron sus cuerpos lastimados y profanados? ¿Cómo?

Desde luego, para ello la Iglesia tiene la respuesta a través del obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, que a finales de 2007 daba en la clave a través del diario El Mundo: “Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan”.

Otra vez, los culpables son otros, allá afuera, no dentro. Otros y los “tiempos modernos”.

Tiempos que, al parecer ya existían a finales del siglo XVIII. Transcribo partes de la historia ¡Que me engañen siempre así!, de Donatien Alphonse François de Sade:

“Hay pocos seres en el mundo tan libertinos como el cardenal de..., cuyo nombre, teniendo en cuenta su todavía sana y vigorosa existencia, me permitiréis que calle.

“Su Eminencia tiene concertado un arreglo, en Roma, con una de esas mujeres cuya servicial profesión es la de proporcionar a los libertinos el material que necesitan como sustento de sus pasiones; todas las mañanas le lleva una muchachita de trece o catorce años, todo lo más, pero con la que monseñor no goza más que de esa incongruente manera que hace, por lo general, las delicias de los italianos, gracias a lo cual la vestal sale de las manos de Su Ilustrísimo poco más o menos tan virgen como llegó.

“A aquella matrona (...) no hallando un día a mano el material que se había comprometido a suministrar diariamente, se le ocurrió hacer vestir de niña a un guapísimo niño del coro de la iglesia del jefe de los apóstoles.

“No le pudieron prestar, sin embargo, lo que le habría asegurado verdaderamente un parecido perfecto con el sexo al que tenía que suplantar, pero este detalle preocupaba poquísimo a la alcahueta... ‘En su vida ha puesto la mano en ese sitio’, comentaba ésta a la compañera que la ayudaba en la superchería; ‘sin ninguna duda explorará única y exclusivamente aquello que hace a este niño igual a todas las niñas del universo; así, pues, no tenemos nada que temer’.”

http://impreso.milenio.com/node/8751744

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