viernes, 11 de junio de 2010

De Tácticas y Estrategias

Horacio Besson


El incómodo frac de José Emilio Pacheco

“Dicen que la mejor manera de ocultar algo es ponerlo a la vista de todos.”

(“Tenga para que se entretenga”, JEP)

Hay prendas que incomodan. Como el frac de José Emilio Pacheco. O mejor dicho, su pantalón. La vestimenta simplemente decidió jugarle una mala pasada y caer a la altura de sus rodillas en pleno Paraninfo de la Universidad Alcalá de Henares, el 23 de mayo pasado, cuando se preparaba para recibir el Premio Cervantes.

El poeta tomó con sabiduría y gallardía el acontecimiento: “Yo nunca había usado un traje de pingüino, y ni sabía que el traje de pingüino requiere tirantes y no cinturón, afortunadamente me di cuenta a tiempo”.

Tras la anécdota, el mensaje que nos comparte Pacheco en la parte final de su discurso nos sitúa en el aquí y en el ahora: “Nada de lo que ocurre en este cruel 2010 —de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta países como México— era previsible al comenzar el año. Todo cambia, todo se corrompe, todo se destruye, sin embargo, en medio de la catástrofe siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos repuestas, el misterio y la gloria del Quijote”.

José Emilio y Cervantes. La literatura como espejo de un entorno imaginado y profetizado. Como el cuento “Tenga para que se entretenga”, publicado por primera vez en 1972.

Escrito a manera de un informe “confidencial”, Pacheco narra la desaparición de Rafael Andrade, de tan sólo seis años, ante los ojos de su madre en el Bosque de Chapultepec el mediodía del 9 de agosto de 1943. La policía se movilizó de inmediato. No era para menos: el millonario padre de “Rafaelito” tenía una “estrecha amistad con el general Maximino”, el “hermano incómodo” (y muy poderoso) del entonces presidente Manuel Ávila Camacho.

La pluma, y la imaginación, del escritor construyen el desarrollo de la infructuosa búsqueda para encontrar al niño. La madre, Olga, fue la presa descarnada por ese México que se sólo se informaba por radio y papel. La prensa, en su delirio, se regodeó con mil y una hipótesis.

Ávila Camacho quería suceder a su hermano. Pronto la desaparición del pequeño tomó un sesgo político. Ante tan peligrosos vínculos, el gobierno tenía que parar los rumores que pudieran afectar las ambiciones de Maximino. Y los paró. “Pero al fin y al cabo todo en este mundo es misterioso. No hay ningún hecho que pueda ser aclarado satisfactoriamente”, afirma José Emilio Pacheco.

Quién sabe qué estaría pensando el poeta al momento de recibir el Cervantes, vestido, muy a su pesar, con el pingüino. Ese, tan incómodo como pueden llegar a ser otras telas. Como las de algunas sábanas y colchas que por ocultar tanto confunden a tantos.

http://impreso.milenio.com/node/8774642

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