miércoles, 25 de mayo de 2011

AOC France: Edith Piaf
El gorrión de las grandes alas
Horacio Besson
Silencio. Todo es silencio. No hay sonido alguno que desafíe al otoño parisino, que todo lo cubre con su melancólico sosiego. El cementerio de Père Lachiase se ve repleto de almas. Unas reposan en sus tumbas. Otras, vivas, sollozan por una muerte. El gorrión ha callado, ya no aletea. Su trinar no se oye más y es justo ese silencio que los 40 mil dolientes no se atreven a romper. 14 de octubre de 1963. Edith Piaf está siendo enterrada.
¿Qué futuro puede tener una mujer que vivió su infancia y juventud entre abandonos, maltratos, desprecios, prostitutas, alcohólicos y miseria, mucha miseria?
Quizá ninguno o, al menos, no muy promisorio y, si acaso, anónimo. Pero Edith Giovanna Gassion no estaba dispuesta a dejarse vencer por una biografía que se empeñaba en cerrar sus páginas demasiado pronto. Ella tenía mucho por escribir aún.
Más que nacer y crecer, Edith se dedicó a sobrevivir desde que su madre, la ítalo-argelina Annetta Maillard, literalmente la parió en la calle un frío 19 de diciembre de 1915. Sea premonición o mero simbolismo de la luz que la acompañaría siempre, pero un farol fue el testigo bajo el cual, según cuenta la leyenda, la mujer tuvo a su hija frente al número 72 de la rue de Belleville en París. A partir de ese momento, Edith se convertiría en una especie de “papa caliente” que nadie quería tener en sus manos. Y justo aquí está la clave para entender el desgarre que el alma de la Piaf llevó tan enmarañado dentro de sí: el abandono. Todos, en algún momento, la abandonaron.
Las manos maternas, demasiado pobres, inmaduras (20 años) y alcoholizadas, la entregan a la abuela –Emina Saíd ben Mohammed– que al poco se la lleva al padre de la niña (otras versiones hablan de su muerte), Louis Alphonse Gassion, quien al partir al frente de batalla en la Primera Guerra Mundial endosa la responsabilidad a la abuela paterna, por lo que Edith es llevada a Normandía. Tres abandonos en una sola infancia que tratarían de ser anulados por la crianza entre las prostitutas que tía y abuela regenteaban.
Tras la guerra, Louis Alphonse intenta restablecer la figura paterna ante la pequeña Edith, que milagrosamente ha recuperado la vista tras un par de años de ceguera, por lo que se la lleva a vivir en una especie de inacabable periplo entre circos y sueños de un obstinado artista ambulante. De pueblo en pueblo, éste se va desgastando y erosionando al tiempo que la niña de seis años se irá transformando en una adolescente con un nuevo pensar, un nuevo sentir, un nuevo cuerpo y, sobre todo, una voz que empieza a dejarse oír en diminutos cabaret. De nuevo a París donde el cascarón se rompe y el pequeño y frágil ser inicia la búsqueda de su propio cielo, dejando atrás las ambiciones decadentes de un padre saltimbanqui. Simone Berteaut aparece entonces en su vida. Es la hermanastra “incómoda”, la que le enseñaría entre canto y canto, de antro en antro, los pormenores de la vida.

Un nuevo cantar

1935. 19 años y una nueva partida en su vida: Marcelle, la hija de dos años que tuvo con su amante Louis Dupont, muere de meningitis. Faltan tan sólo 10 francos para el entierro. El “tan sólo” es una cruel paradoja cuando la miseria lo cubre todo. Edith decide prostituirse y conseguir esa cantidad, acto que no se concreta pues al decir de la propia cantante, quien le ayuda “me dio el dinero sin pedir nada a cambio. Un verdadero gentleman” (El País, “30 años sin Edith Piaf”. Nacho Sáenz de Tejada, 19-10-1993).
Pero si la vida le quita, el destino le pone. En ese mismo año conoce a Louis Leplée, amo y señor del cabaret de moda Gerny’s, en pleno Champs Elysees quien le divide la vida en dos: el “antes” representado por una miserable y anónima Giovanna Gassion y el “después”, con una meteórica, triunfadora y nueva “Môme Piaf” (la “Chica Gorrión”). Ambas, eso sí, bajo un mismo nombre –Edith– que las volverá a unir en la parte más dramática y dolorosa.
El vuelo inicia. Piaf canta y canta. No para. El primer sencillo grabado: Les Mómes de la cloche, de Vincent Scotto. El significado del éxito se empieza a incubar. Edith sonríe, goza el escenario. Pero todo vuelo tiene sus turbulencias: 1936, Leplée es asesinado (¿cuántos abandonos van?) en circunstancias misteriosas. Nadie sabe nada. Todos son sospechosos. La intriga y la suspicacia enlodan a Edith. El exilio inicia. Saltimbanqui reencarnado en ella: de ciudad en ciudad por Francia y Bélgica. Finalmente retoma el vuelo tras el encuentro con el acordeonista y compositor Raymond Asso, amante y mecenas, y con la pianista y también compositora Margarita Monnot de donde saldrían los grandes éxitos Mon légionnaire, Hymne à l’amour y Amants d’un jour.
La década de los cuarenta fue la época de total ascenso para la carrera de Edith Piaf. Su gran amigo Jean Cocteau le escribe la obra Le Bel indifférent (además, Edith participaría en diversas cintas cinematográficas). Se presenta en el mítico Moulin Rouge junto a Yves Montand. Los américaines sucumben con sus actuaciones en el neoyorquino Versailles. Melosa, escribe La vie en rose. Todo lo ve distinto. El francés nacido en Argelia, Marcel Cerdan, campeón y estrella del boxeo, de 73 kilos y un metro 72 centímetros (ella, apenas rebasa los 40 kilos y el metro 47) llega a su vida.
Pero Edith sabe que la vida no es en rosa. Noche entre el 27 y 28 de octubre de 1949. Cerdan vuela de París a Nueva York para encontrarse con la cantante. No llegó jamás. Quien arriba es el abandono pero esta vez en forma de accidente fatal. La muerte de Cerdan fue el más duro golpe en la vida de Piaf. Destrozada, está en la cima de la fama y de la gloria artística pero en un ocaso interno que ya está incubado. El alcohol y las drogas (principalmente la morfina) le dan refugio y veneno.
Los intentos de rehacer su vida sentimental quedan justo en eso: en pobres esbozos que se borran como entran los amantes (entre ellos Charles Aznavour y Georges Moustaki). Aplausos (ovaciones en el Carnegie Hall de Nueva York, Olympia de París, México en 1953), éxitos (La foule, Milord –de Moustaki– Mon manége a moi, etc), discos y dinero. Pero el ave se empieza a cansar del vuelo.
La salud se evapora: accidente automovilístico en 1951, pancreatitis y un desmayo en pleno escenario del Wardolf Astoria en 1959, coma en 1960 (por problemas hepáticos). De las entrañas saca dos fortalezas: cuatro meses de temporada en el Olympia y una última canción, L’homme de Berlin. Son los últimos aleteos junto a una reinterpretación de La vie en rose al conocer en 1961 al cantante francés de origen griego Théo Sarapo –él tiene 25 años. Ella, 46. Al año siguiente se casan.
Primavera del 63, Piaf es cuidada por Theo en Plascassier, comuna de Grasse, en los Alpes Marítimos, frente al Mediterráneo. Agoniza tras años de decadencia física y mental. Edith ya no puede más. La mujer hace sentir su himno en forma de confesa provocación: Non, rien de rien. Non, je ne regrette rien. Ni le bien qu’on m’a fait, ni le mal. (No, no me arrepiento de nada. Ni el bien que me han hecho, ni el mal).
10-11 de octubre. Edith, la que siempre sufrió los abandonos, decide esta vez ser ella la que se va. Las alas se pliegan.


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