martes, 3 de mayo de 2011

De Tácticas y Estrategias

Mubarak, el viejo sordo y ciego

Horacio Besson

Antoine de Saint-Exupery lo advertía: “No se puede prohibir lo que no se puede impedir”. Las exigencias de la juventud egipcia así lo demuestran. No piden, reclaman un cambio inmediato. Entonces, ¿por qué Hosni Mubarak se niega a dejar el poder?

Mubarak ya ha sido derrotado. Como minotauro en su laberinto, no encuentra una salida digna a la que, está convencido, él se merece.

Injustificable que un gobernante se sostenga por 30 años, pero los hechos nos recuerdan que la historia egipcia no se destaca precisamente por ser un ejemplo de democracia.

Tras siglos bajo el dominio otomano, invasiones napoleónicas, guerras civiles, monarquías títeres literalmente absolutistas y protectorados británicos, Egipto se proclamó en 1952 república tras un golpe de Estado contra el rey Faruk I (al que prácticamente nadie echó de menos) y no a través de las urnas.

Desde entonces, Egipto ha sido comandado por militares. Muhammad Naguib no alcanzó a gobernar ni siquiera 16 meses ante las fuertes pugnas con un sector del ejército encabezado por Gamal Abdel Nasser que lo obligaron a renunciar.

Nasser, uno de los líderes de la asonada contra Faruk, asumió el gobierno para, dos años después, transformar a su país en una república socialista árabe de partido único. Además, se presentó a comicios presidenciales como candidato en solitario. Gobernaría 16 años hasta que un paro cardiaco, y no los votos, lo sacó del poder. Anwar al Sadat asumió entonces la presidencia, tras un plebiscito —que no elecciones—. Casi 11 años con el control absoluto, que fueron interrumpidos no por la vía democrática sino por su asesinato a manos de fundamentalistas el 6 de octubre de 1981. Un año antes, había sido nombrado presidente vitalicio.

Mubarak es parte del mismo grupo. Su crecimiento político fue bajo la tutela de Nasser y Al Sadat.

De la añeja guardia, con pensamiento y disciplina militar, el anquilosado dictador, reconocido por su valentía en la guerra de los Seis Días y en la del Yom Kippur, que vivió un poder omnímodo por tres décadas con el visto bueno de Occidente y con una oposición reprimida, sin la capacidad de enfrentarse como ahora lo está haciendo (es más fácil derribar a los tiranos vetustos y enfermos que a los que viven su plenitud), se desmorona ante los ideales del siglo XXI esparcidos por una de las mayores armas de la democracia: el internet.

Miope y sordo ante los gritos de los nuevos tiempos, el rais se autojustifica y se convence que hizo su labor patriótica. Como le enseñaron sus antecesores.

Mientras, la incertidumbre y la esperanza se mezclan no tan lejos de su solitario palacio. Cuestión de tiempo para que lleguen a sus lujosas habitaciones.

http://impreso.milenio.com/node/8909825


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