domingo, 15 de mayo de 2011

La célebre mirada de Annie Leibovitz

Horacio Besson

El arte es seducción, no rapto

Susan Sontag

La pupila se reduce en apenas una milésima de segundo para convertirse en un pequeño punto negro enmarcado de azul grisáceo. Frente a su ojo izquierdo, la cámara. El índice de su mano derecha no para. La vista se regodea. La imagen queda plasmada. Es Annie Leibovitz quien, a punto de cumplir los 60 años el próximo dos de octubre, se ha convertido en un referente obligado de la fotografía, catapultando un estilo de vida sólo accesible a las celebridades y en donde la belleza, el lujo y la fama se conjugan para aparecer en revistas y anuncios como reflejo de unos pocos, muy pocos, y como el fetiche aspiracional de millones de habitantes de esa nación llamada clase media. Y es que la parte más conocida del trabajo de Leibovitz ha sido retratar, en grandes producciones envueltas en la absoluta opulencia, a los dioses del Olimpo contemporáneo; lo mismo a reinas octogenarias que a presidentes de la aún nación más poderosa del mundo, estrellas inalcanzables de Hollywood, ex mandatarios dedicados a destruir muros, señores feudales de la música, amos del deporte, deidades de pasarela y astronautas convertidos en modelos: Pedro Almodóvar, Mikhail Baryshnikov, Bono de U2, Carla Bruni, William S. Burroughs, George W. Bush, Bill y Hillary Clinton, Penélope Cruz, Catherine Deneuve, Leonardo DiCaprio, Francis Ford Coppola, Mijail Gorbachov, Al Gore, Isabel II, Michael Jackson, Angelina Jolie, Robert F. Kennedy Jr., Nicole Kidman, Madonna, Nelson Mandela, Demi Moore (desnuda y con un embarazo de siete meses), Barack Obama, Luciano Pavarotti, Brad Pitt… El mundo que refleja Leibovitz, lleno de la perfecta armonía de una estética impoluta y en donde no cabe la pobreza, el dolor ni la fealdad, ha hecho que muchos tachen las imágenes de Leibovitz como “insensibles” y “superficiales”.

En respuesta a una pregunta del diario madrileño El Mundo sobre cómo consideraba su propio trabajo, con motivo de la inauguración de la exposición Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa. 1990-2005 en la capital española el 19 de junio (que terminó el 20 de septiembre pasado, dos semanas después del cierre contemplado debido a su rotundo éxito con más de 100 mil visitantes), la fotógrafa afirmó: “Mucha parte de esa obra creo que es basura, pero luego hay una parte muy buena. Me doy por satisfecha si hago cinco fotos buenas en un año”.

DE VANIDADES RODANTES

La fotógrafa de más de un metro 80 de estatura y nacida en Connecticut en 1949 le narra al diario ABC sus inicios en los años setenta: “Comencé en Rolling Stone retratando a gente que lo que hacía, lo hacía bien: escritores, actores, atletas... Lo primero es siempre la fotografía, antes que la gente famosa; eso ha sido mi primer amor. Me gusta fotografiar a personas que admiro y que me importa lo que hacen. Con mis fotos espero dar una idea de cómo es nuestro tiempo. Me gustaría cada vez que hago una foto lograr algo que no se espera”.

El binomio de creatividad Rolling Stone-Leibovitz duró 10 años al desempeñarse ella como editora en jefe de fotografía de la revista, acumulando 142 portadas de su autoría. Una de ellas, publicada el 22 de enero de 1981, destaca de manera particular. Fue tomada en Nueva York en época prenavideña, el ocho de diciembre de 1980. Annie tiene cita en el edificio Dakota para una sesión fotográfica con John Lennon y Yoko Ono. Horas después, mientras Leibovitz guardaba un negativo con la imagen de Lennon desnudo abrazando a su mujer vestida de negro en el suelo, Mark David Chapman descargaba cuatro balas contra el cuerpo del músico.

En 1983 Leibovitz cambió Rolling Stone por Vanity Fair y, en menor medida, Vogue, retratando por más de 25 años a la élite del glamour y la opulencia: el trabajo de Leibovitz es la encarnación contemporánea de las pinturas de la Corte española que en el siglo XVII Diego Velázquez se obsesionaba en retratar.

Se dice que Leibovitz gana dos millones de dólares anuales. Pese a ser una de las fotógrafas mejor pagadas, Annie sufre los estragos de la crisis mundial al estar actualmente al borde de la bancarrota tras haber tenido que empeñar todos sus bienes, entre otras cosas, por la prolongada enfermedad y muerte de su pareja, Susan Sontag. Apenas el 11 de septiembre pasado llegó a un acuerdo con su acreedor, Art Capital, que retiró la demanda por 24 millones de dólares. Leibovitz hizo lo correcto en el momento incorrecto: pidió prestado a cambio de hipotecar todas sus obras y con el respaldo de sus propiedades. Más pronto que tarde los intereses hicieron lo suyo.

DETRÁS DE LA IMAGEN

La cara más conocida de Annie son sus fotos en portadas y editoriales de Rolling Stone, Vanity Fair y Vogue, y su trabajo incluye exitosas campañas comerciales para American Express, Calvin Klein, Lavazza, Louis Vuitton y Walt Disney, entre otras, así como los pósters del Mundial de futbol México 86, un dossier de fotografía documental y de paisajes, un cortometraje (Zoetrope), portadas de discos (con Born in the USA, de Bruce Springsteen, ganó el Grammy por mejor portada en 1983), la fotografía oficial de los Juegos Olímpicos de Verano en Atlanta (1996) y el calendario Pirelli del 2000. Si bien su lente ha capturado caras y cuerpos que reflejan éxito y poder, Annie también ha fotografiado a hombres, mujeres y niños que, teniendo Sida, quieren seguir viviendo y erradicar cualquier estigma. En 1993, la Fundación San Francisco AIDS exhibió los retratos como parte de una campaña de toma de conciencia, mientras una bicicleta tirada en el suelo con una gran mancha de sangre en semicírculo a su izquierda es uno de tantos testimonios visuales de Leibovitz del sitio serbio sobre Sarajevo que la propia fotógrafa vivió durante un verano de hace 16 años. “Alguna vez he creído que se me ha dejado de lado porque no se me tomaba en serio. Pero cuando estás en una situación de guerra, está la vida y está la muerte. He aprendido mucho de los fotógrafos de guerra. Quería hacer algo: no era sólo ayudar, sino involucrarme. Un mortero cayó delante de nuestro coche cuando conducíamos por el vecindario, golpeó a un adolescente que iba en una bicicleta abriéndole un gran agujero en la espalda. Lo metimos en el coche y lo llevamos rápidamente al hospital pero murió en el camino...”. Un año después, Leibovitz viajaría a Ruanda para retratar el horror de la masacre de tutsis.

Hija de un teniente coronel, Annie no fue tan ajena en su niñez y juventud a las temáticas militares. Las obligaciones de su padre hacían que la familia se mudara frecuentemente hasta llegar a una base militar estadunidense en Filipinas durante la Guerra de Vietnam, donde Annie decide evadir toda cuestión bélica refugiándose en su nuevo descubrimiento: el cuarto oscuro para revelar fotografías de la base aérea. En 1991, Anna-Lou Leibovitz se convirtió en el segundo fotógrafo vivo —y la primera mujer— en exponer sus retratos en la Galería Nacional de Retratos de Washington DC, y nueve años después, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la nombró “Leyenda viviente”.

AUTORRETRATO

Una imagen de Leibovitz muestra, sobre una especie de camastro, a una mujer de pelo corto y cano acostada boca arriba. Vestida de oscuro y con calzado negro mantiene sus manos sobre el estómago. La foto nos hace pensar, en un primer momento, que la mujer está dormida plácidamente. Pero esa mujer es la afamada escritora y ensayista estadunidense Susan Sontag, quien horas antes, el 28 de diciembre de 2004, perdiera su batalla contra la leucemia. “Después de que Susan muriera hablé con su hijo David. Uno de los primeros usos de la fotografía fue retratar a los muertos para tener su memoria. Lo discutí con David y me dijo que era algo que tenía que hacer. Me dio su permiso, de alguna manera. Pero en aquella sala era como si Susan no estuviera allí. Su cuerpo era como un artefacto. Estaba el cuerpo, pero ella no. Y yo estaba más bien en el papel de una fotógrafa”.

Papel que interpretó por primera vez para Sontag en 1988 cuando fue a tomar unos retratos para la sobrecubierta de su libro El Sida y sus metáforas. A partir de ese instante la artista visual —17 años menor— y la prestigiosa intelectual se volvieron inseparables para vivir una historia en común durante los siguientes 16 años, sólo interrumpida por el obcecado cáncer que terminó por vencer a una testaruda Sontag, quien lo combatió férreamente en distintos frentes (primero de mama, luego como sarcoma uterino y finalmente como leucemia). Leibovitz la acompañó fielmente, siempre con su cámara, como intentando atrapar los buenos momentos, quizá buscando retenerla así, en vida, a través de sus fotos y detener —desaparecer— la enfermedad.

Pero la propia cámara fue testigo del derrumbe: imágenes en el hospital, en tratamiento, sin su melena —de la que tan orgullosa se sentía—, en camilla a punto de subir a un jet, y finalmente, en su lecho de muerte. “Las imágenes de Susan me ayudaron a superar su muerte. Tuve la suerte de revivir todos esos sentimientos y de darme cuenta de todo lo que había recibido de mi familia, de mis padres (su padre murió meses después que su pareja), de mis hijas (…) hay mucho amor en ese trabajo. Para mí son como pruebas de lo que me dieron”.

Tres años antes de morir Sontag, Leibovitz, a los 51 años de edad, dio a luz a una niña, Sarah Cameron, tras un embarazo por inseminación artificial, y en 2005 tuvo a las gemelas Susan y Samuelle por medio de una madre de alquiler. A casi cinco años de la muerte de Sontag, con sus tres inseparables niñas alrededor suyo, con reconocimientos, éxitos, proyectos y deudas, Leibovitz, cámara en mano, reflexiona sobre lo que ha vivido. No duda: “Más que una memoria de mi vida, mis fotos son una evidencia, una prueba de mi existencia”.

http://www.msemanal.com/node/1230

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