domingo, 15 de mayo de 2011

De Tácticas y Estrategias

De Hitler, Osama y Santo Tomás

Horacio Besson

Hoy, el escepticismo se ha desatado. Las dudas sobre la muerte de bin Laden crecen ante la ausencia del cuerpo. ¿Por qué no se mostró? “Porque no es un trofeo” argumenta Obama. Porque difundir imágenes del cadáver podría provocar “violencia adicional o ser utilizadas como herramienta de propaganda”, refuerza.

Como sea, en la era del Homo videns, la ausencia de imágenes para mostrar y comprobar los hechos, implica aceptar que no existió dicho acontecimiento. ¿No hay evidencia visual del cadáver de Osama en YouTube, Facebook, televisores o diarios? Entonces, cómo tener la certeza de su muerte se preguntan millones.

Y en lo que respecta a la operación para acabar con la vida de Osama, Washington no está haciendo nada para contrarrestar las versiones que ya se han disparado en todo el mundo que la califican como un burdo montaje.

Pero los recelos de la población ante los anuncios de sus gobiernos no son nuevos. Hoy, la (¿supuesta?) muerte de Osama no es más que una nueva versión de lo ya vivido. Como lo sucedido entorno al (¿supuesto?) suicidio de Adolf Hitler.

La Historia nos dice que ante su inminente derrota, el Führer decidió, junto a Eva Braun, quitarse la vida. Tras su muerte, Otto Günsche, su asistente, cumplía las instrucciones dadas horas antes por Hitler: roció el cadáver con gasolina y le prendió fuego.

Días después, las tropas soviéticas encontraron restos humanos calcinados e irreconocibles en el búnker del dirigente nazi que se adjudicaron a Hitler. Moscú nunca los mostró. Ninguna evidencia sobre la muerte fue compartida. En 2009, el Servicio Federal de Seguridad ruso (la otrora KGB) reveló que en 1970, las autoridades de la entonces URSS decidieron destruir los restos de Hitler de forma secreta en una base soviética en territorio alemán. Tampoco se mostraron imágenes.

Hitler, el enemigo número uno de la humanidad en el siglo XX murió un 30 de abril. Osama bin Laden, un primero de mayo. El alemán se suicidó a los 56 años. El líder de Al Qaeda fue muerto a los 54 años. Coincidencias de la Historia, se dirá.

Al final, la tecnología en internet sólo ha encauzado la desconfianza que desde siempre ha acompañado a la humanidad. Como hace más de dos mil años, cuando el propio Jesucristo la vivió con el “ver para creer” de Santo Tomás.

http://impreso.milenio.com/node/8954562

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